Anécdotas arqueológicas: "Compadre, ¡es gorda!"
Tiempo atrás, algo así como un largo lustro, aunque todos los lustros son más o menos igual de largos, dos jóvenes caminaban por la Cañada. Era una tarde fría de domingo, y ambos, más bien por azar, vestían con cierta elegancia.
Los dos jóvenes, ambos llamados Sebastián, cosa que enredará un poco la lectura de esta anécdota, acababan de hacerse amigos por un par de coincidencias, más allá del alcance de nombres.
Sebastián, mientras conversaban, recordó cierto artículo que había leído hacía pocos días, sobre René de la Vega. Se titulaba "René de la Vega no se masturba".
Citó a Sebastián el artículo de marras, y les dio tema para media cuadra. En realidad, les habría dado tema para más de media cuadra, pero algo los interrumpió.
Junto a ellos, un gigantesco René de la Vega los miraba, brazos en jarras. Se asustaron, obviamente.
Se trataba de un cartel, por suerte. Los René de la Vega gigantes son agresivos, a diferencia de los de tamaño medio, aunque no tanto como los diminutos.
No entendían nada. Acababan de comenzar a hablar sobre el tipo, y aparece un cartel gigante a su lado. Reponiéndose del susto comenzaron a tratar de entender.
Se encontraban junto al Cine arte Alameda. Pese a ser domingo por la tarde, frío y nublado, el interior estaba abarrotado de gente vestida formalmente. Y un par de punketas.
Se acercaron sin darse cuenta, y un botones les abrió la puerta, diciéndoles un educado "adelante, caballeros".
Por diferencia de concentraciones (el interior tenía una baja concentración de huevones piantes), los dos Sebastianes pasaron al interior.
Parecía un matrimonio sin torta ni novios, pero con arte kitsch y vino gratis, de mediana calidad.
Sebastián rápidamente detectó el Renemóvil, y Sebastián lo acompañó a reírse más cerca de él. Junto al Renemóvil, un cuadro doble pintado sobre tela de mantel cuadriculado representaba a Renecito y Renemóvil posando. También había ropas plastificadas con la forma de él y de su hermana. Estrellas con altares rematados por su retrato, retrato repetido sobre una estatua en ves de la cabeza de ésta.
Al lado de la caída de agua había un escenario algo improvisado, pero Sebastián, que a diferencia de Sebastián, era un ávido lector de catálogos musicales, informó que los instrumentos eran de cierta calidad. Sebastián agregó que podían ser buenos, pero eran realmente feos.
El escenario era flanqueado por la izquierda por un muro curvo, y sobre el muro había pequeñas fotografías enmarcadas puestas en hilera. Los dos Sebastianes se acercaron a verlas. Tal vez eso les diera una pista de en qué se habían colado. Porque, para no dar pie a ser sacados de allí y dejar de beber vino gratis, no habían preguntado nada a nadie excepto a uno de los mozos, y más que sobre el cantante había sido sobre la gratuidad efectiva del vino.
Las fotografías ya mencionadas representaban a René de la Vega junto a grandes personalidades de la farándula chilena. Jorge Hevia, unas modelos y otras de similar relevancia para el quehacer nacional. Sobra decir que Sebastián no tenía ni idea sobre quiénes eran, pero Sebastián parecía conocerlos a todos.
El efecto del vino y lo raro de la situación (a todas luces la reunión no era abierta al público, cosa confirmada cuando apareció comida gratis), mantuvieron a los dos jóvenes impávidos ante el comienzo de la música. Junto a ellos salieron algunas bailarinas de minifalda, que capturaron casi toda acción aparte de beber y las vitales de los dos Sebastianes. De este trance los sacó la hermana de René de la Vega, que salió también al lado de ellos, y se adueñó de un micrófono.
Entonces se dieron cuenta de las cámaras que enfocaban el escenario, donde la rellena hermana de René de la Vega tenía a nuestros héroes de segundo plano. También se dieron cuenta de que la gorda y las coristas les tapaban la salida.
Antes de decidir cómo salirse de ese montón de bailarinas, guitarristas, micrófonos y trípodes, apareció René himself, cantando como sólo él lo hace. Esto es, penosamente.
Sebastián detectó a guardias que les hacían gestos airados, gestos de que salieran de ese escenario. Pero Sebastián, anda a saber por qué, había decidido que lo mejor era seguir el juego, y bailaba como años después bailaría el grupo Happiness. Sebastián decidió imitarlo. Bailaron alegres y algo arriba de la pelota. Cuando cambió la canción, hicieron mutis por la derecha, tropezando un poco con algunas cosas (irrelevante), eludiendo a los guardias, armando un poco de alboroto, tomando vino y alimento al paso, saludando a Celebridades que Sebastián desconocía absolutamente, y saliendo con gallardía de la dimensión desconocida. Felices pero todavía desconcertados.
Me pregunto yo, ahora, ¿y si en vez de pelar a René de la Vega hubiesen pelado a Pinochet? ¿O a los abducidos por aliens?
¿O a Goku?
1 comentario:
Jajajaja, gracias, me vino muy bien aqui en el medio de mi crisis procastinadora.
Publicar un comentario