Propaganda: Las aventuras del capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte
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Propaganda, para variar. Principalmente por los comentarios de los últimos días. Agradezco la información sobre esta maravilla de la capa y espada a cierta amable señorita que me obligó, con sus poderes mutantes, dicen, a leerlo. Y "Cabo Trafalgar", en cuanto pueda. Además, desde niño me gustaba Quevedo. Me agradaría si alguien recordara la canción de esa Letrilla Satírica, "Don Dinero".Puse el texto en los comentarios, para que no abarcara tanto. Una delicia.
8 comentarios:
"–No queda sino batirnos –dijo Don Francisco de Quevedo.La mesa estaba llena de botellas vacías, y cada vez que a Don Francisco se le iba la mano con el vino de San Martín de Valdeiglesias –lo que ocurría con frecuencia–, se empeñaba en tirar de espada y batirse con Cristo. Era un poeta cojitranco y valentón, putañero, corto de vista, caballero de Santiago, tan rápido de ingenio y lengua como de espada, famoso en la Corte por sus buenos versos y su mala leche. Eso le costaba, por temporadas, andar de destierro en destierro y de prisión en prisión; porque si bien es cierto que el buen Rey Felipe Cuarto, nuestro señor, y su valido el conde de Olivares apreciaban como todo Madrid sus certeros versos, lo que ya no les gustaba tanto era protagonizarlos. Así que de vez en cuando, tras la aparición de algún soneto o quintilla anónimos donde todo el mundo reconocía la mano del poeta, los alguaciles y corchetes del corregidor se dejaban caer por la taberna, o por su domicilio, o por los mentideros que frecuentaba, para invitarlo respetuosamente a acompañarlos, dejándolo fuera de la circulación por unos días o unos meses. Como era testarudo, orgulloso, y no escarmentaba nunca, estas peripecias eran frecuentes y le agriaban el carácter. Resultaba, sin embargo, excelente compañero de mesa y buen amigo para sus amigos, entre los que se contaba el capitán Alatriste. Ambos frecuentaban la taberna del Turco, donde montaban tertulia en torno a una de las mejores mesas, que Caridad la Lebrijana –que había sido puta y todavía lo era con el capitán de vez en cuando, aunque de balde– solía reservarles. Con Don Francisco y el capitán, aquella mañana completaban la concurrencia algunos habituales: el Licenciado Calzas, Juan Vicuña, el Dómine Pérez y el Tuerto Fadrique, boticario de Puerta Cerrada.
–No queda sino batirnos –insistió el poeta.
Estaba, como dije, visiblemente iluminado por medio azumbre de Valdeiglesias. Se había puesto en pie, derribando un taburete, y con la mano en el pomo de la espada lanzaba rayos con la mirada a los ocupantes de una mesa vecina, un par de forasteros cuyas largas herreruzas y capas estaban colgadas en la pared, y que acababan de felicitar al poeta por unos versos que en realidad pertenecían a Luis de Góngora, su más odiado adversario en la república de las Letras, a quien acusaba de todo: de sodomita, perro y judío. Había sido un error de buena fe, o al menos eso parecía; pero Don Francisco no estaba dispuesto a pasarlo por alto:
Yo te untaré mis versos con tocino
porque no me los muerdas, Gongorilla...
Empezó a improvisar allí mismo, incierto el equilibrio, sin soltar la empuñadura de la espada, mientras los forasteros intentaban disculparse, y el capitán y los otros contertulios sujetaban a Don Francisco para impedirle que desenvainara la blanca y fuese a por los dos fulanos.
–Es una afrenta, pardiez –decía el poeta, intentando desasir la diestra que le sujetaban los amigos, mientras se ajustaba con la mano libre los anteojos torcidos en la nariz–. Un palmo de acero pondrá las cosas en su, hip, sitio.
–Mucho acero es para derrocharlo tan de mañana, Don Francisco–mediaba Diego Alatriste, con buen criterio.
–Poco me parece a mí –sin quitar ojo a los otros, el poeta se enderezaba el mostacho con expresión feroz–. Así que seamos generosos: un palmo para cada uno de estos hijosdalgo, que son hijos de algo, sin duda; pero con dudas, hidalgos.
Aquello eran palabras mayores, así que los forasteros hacían ademán de requerir sus espadas y salir afuera; y el capitán y los otros amigos, impotentes para evitar la querella, les pedían comprensión para el estado alcohólico del poeta y que desembarazaran el campo, que no había gloria en batirse con un hombre ebrio, ni desdoro en retirarse con prudencia por evitar males mayores.
–Bella gerant alii –sugería el Dómine Pérez, intentando contemporizar.
El Dómine Pérez era un padre jesuita que se desempeñaba en la vecina iglesia de San Pedro y San Pablo. Su natural bondadoso y sus latines solían obrar un efecto sedante, pues los pronunciaba en tono de inapelable buen juicio. Pero aquellos dos forasteros no sabían latín, y el retruécano sobre los hijosdalgo era difícil de tragar como si nada. Además, la mediación del clérigo se veía minada por las guasas zumbonas del Licenciado Calzas: un leguleyo listo, cínico y tramposo, asiduo de los tribunales, especialista en defender causas que sabía convertir en pleitos interminables hasta que sangraba al cliente de su último maravedí. Al licenciado le encantaba la bulla, y siempre andaba picando a todo hijo de vecino.
–No os disminuyáis, Don Francisco –decía por lo bajini–. Que os abonen las costas.
De modo que la concurrencia se disponía a presenciar un suceso de los que al día siguiente aparecían publicados en las hojas de Avisos y Noticias. Y el capitán Alatriste, a pesar de sus esfuerzos por tranquilizar al amigo, empezaba a aceptar como inevitable el verse a cuchilladas en la calle con los forasteros, por no dejar solo a Don Francisco en el lance.
–Aio, te vincere posse –concluyó el Dómine Pérez resignándose, mientras el Licenciado Calzas disimulaba la risa con la nariz dentro de una jarra de vino. Y tras un profundo suspiro, el capitán empezó a levantarse de la mesa. Don Francisco, que ya tenía cuatro dedos de espada fuera de la vaina, le echó una amistosa mirada de gratitud, y aún tuvo asaduras para dedicarle un par de versos:
Tú, en cuyas venas laten Alatristes
a quienes ennoblece tu cuchilla...
–No me jodáis, Don Francisco –respondió el capitán, malhumorado–. Riñamos con quien sea menester, pero no me jodáis.
–Así hablan los, hip, hombres –dijo el poeta, disfrutando visiblemente con la que acababa de liar. El resto de los contertulios lo jaleaba unánime, desistiendo como el Dómine Pérez de los esfuerzos conciliadores, y en el fondo encantados de antemano con el espectáculo; pues si Don Francisco de Quevedo, incluso mamado, resultaba un esgrimidor terrible, la intervención de Diego Alatriste como pareja de baile no dejaba resquicio de duda sobre el resultado. Se cruzaban apuestas sobre el número de estocadas que iban a repartirse a escote los forasteros, ignorantes de con quiénes se jugaban los maravedís.
Total, que bebió el capitán un trago de vino, ya en pie, miró a los forasteros como disculpándose por lo lejos que había ido todo aquello, e hizo gesto con la cabeza de salir afuera, para no enredarle la taberna a Caridad la Lebrijana, que andaba preocupada por el mobiliario.
–Cuando gusten vuestras mercedes."
Buenas master!! excelente flog compadre!!! cuando le pago la luca y media jajajaja
saludos wn y nos vemos por ahi....
quiero conocer la wea de toma 1
Master contento estaras al cononcer esta noticía.
mañana comenzaré a leer quevedo, animado por tus comentarios y la persona que meprestará ellibro es fanatica de Quevedo.
Mi POLOLA =P la Pau me prestará uno de los 3 libros que tiene ella.
y para tu deleite... ella sabe el sonete... satirico "Don dinero"
Quevedo es uno de sus escritores preferidos
:O yo admiro a la Pau xDjajajaja!
Yo soy del lado de Góngora, pero reconozco que hay buenas letras al otro lado del parque.
Congratulaciones nuevamente, siga así.
"–No me jodáis, Don Francisco –respondió el capitán, malhumorado–. Riñamos con quien sea menester, pero no me jodáis"
=D wuajajajajaja!!
maestro Alatriste
me cayo bien =P
nos venom en un ratito mas
Mutantemente rica...
jajajajaja
Excelentes libros!.. a gozar se ha dicho. Tiene buena literatura la chica Xmen, simplemente créale.
Oiga mijo..Estoy seguro que lo dejé plantado.. ¿o no?. La verad que estas últimas semanas han sido infames.. así que lepido mil disculpas y lo compensaré.. no en dinero obviamente.
Un abrazo
T.
No se preocupe, señor Tapio. La lluvia y mi propia escasez de tiempo son razones perfectamente coherentes.
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